Y se te carcomen tus órganos internos, tu traquea te quita la respiración, te presionan las vísceras hasta estrujarlas.
Y aun así sonríes. Porque todos te miran, y todos lo esperan. Las lágrimas que deberían caer de tus ojos te las tragas, y no se sienten saladas.
Se sienten pesadas y sin gusto. Comienzas a acumular quilos y quilos de lágrimas que tragas e intercambias por sonrisas que das desmedidamente, por compromiso.
Día a día tu cuerpo va volviéndose mas pesado. Tanto que el caminar se te hace imposible, y todas tus actividades diarias se llenan de letargo.
Tus sonrisas van convirtiéndose en muecas que poco se parecen a lo que una vez fueron. Te olvidas que se siente reír de verdad. Todo lo que haces es un gesto que has venido perfeccionando cada vez que el dolor oprimía tu garganta. Lloras. Lloras mucho. Porque un buen día, explotas de acumular tanto. Y ese día sonríes, y lo haces sentidamente, porque el cuerpo se libera, y te emocionas, y pierdes el peso de esas lagrimas.
Y ahí, podríamos decir, que aunque te sientas perdido en el medio de sentimientos de odio y tristeza, es ahí, y justamente ahí, cuando sin querer retomaste el camino para encontrarte.
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