Resultó que el príncipe azul se veía con doncellas a mis espaldas; que los caballos que tiraban del carruaje eran burros pintados de blanco; que el castillo era de cartón-piedra y que el hada azul compró sus alas en un chino.
Ya decía yo que "fueron felices y comieron perdices" sonaba demasiado bien.
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